jueves, 7 de diciembre de 2017

'Evanescencia', de Manuel M. Almeida

Vuelvo con Vds. después de todo un mes, lo que para algunas personas puede haber supuesto un alivio. Otras, quizá, me hayan echado de menos, que de todo hay. Desde mi exilio reseñador he comprobado que el mundillo este de la literatura canaria sigue igual: avances de novelas que disuaden de comprarlas, entrevistas sin ningún interés a escritores/as, reseñas maravillosistas que alaban la técnica, pero omiten el estilo, en una especie de declaración de amor de circunstancias, etc... Que entiendo que el "yo hablo bien de ti para que tú luego hables bien de mí" siga siendo la norma, pero este reseñador, que se pone de lado del lector incauto, no participa de ese juego trucado, de esa mentira, de esa estafa disfrazada de literatura y de sublimidad artística.

Además, pronto será Navidad, y luego Reyes. Espero que, si me hacen caso, estas reseñas que vengo escribiendo desde hace ya un año les sirvan de guía para, al menos, no comprar ciertas cosas encuadernadas que se hacen pasar por necesarias, imprescindibles o fundamentales: nada de eso. En el ámbito canario, todavía no conozco a ningún/a reseñador/a que me resulte fiable en los medios de comunicación tradicionales o digitales. En el mundo bloguero hay de todo, así que busquen, comprueben y elijan. Por cierto, y quizá me repito, no sé quiénes son peores: los novelistas metidos a reseñadores (o a la inversa) o los periodistas culturales, tan amantes del buen rollo y del maravillosismo. No dicen una cosa sensata, pero tienen miles de seguidores en facebook o twitter que se apresuran a comentar cualquier chorrada. Vds. me lo explicarán otro día.

Bueno, ya que me he despachado con mis habituales fobias, comencemos con la novela que nos ocupa hoy:





Evanescencia es una novela distópica con un arco temporal de 22 días. Que pueden parecer pocos para una novela de este tipo, pero es que los acontecimientos se suceden a tanta velocidad que tampoco hay tiempo para más. Lo que ocurre es que, de repente, y sin ninguna explicación racional (ni irracional) comienzan a desaparecer objetos a escala planetaria. Primero de un tipo, luego de otro, después de otro más, etc., por lo que uno podría pensar que hay algún tipo de mente desordenadora o desaparecedora detrás de esta evanescencia. Lo siguiente es anarquía y barahúnda. La novela no ofrece ninguna explicación al respecto, ni qué o quién ni por qué. Quizá no haga falta.

La idea no es que me parezca especialmente atrevida u original. Hace poco vi una película (Al final de los sentidos) en la que la Humanidad progresivamente iba perdiendo los cinco sentidos. Bueno, no estaba mal del todo. Sin embargo, al igual que en esta novela, estos planteamientos apocalípticos en los que no hay espacio para la esperanza ni apenas para la redención se agotan pronto en su ejecución, salvo que sea un maestro el que lo escribe. Lo que no es el caso.

Y es que la novela del Sr. Almeida aburre, pero mucho, cada vez más, hasta que uno comienza a albergar la esperanza de que ella misma desaparezca de una vez para siempre. Podría haberla abandonado, en efecto, pero ya llevo unas cuantas inacabadas, y como he salido de un largo descanso, me pareció un deber terminarla. Deber penoso, por cierto. 

Pero, ¿por qué aburre tanto? Comencemos con las razones:

a) Personajes: hay dos personajes principales, Nerd (más tarde, también Flacucho), e Ideasfirmes. El porqué de esos nombres tan estúpidos es algo que se explica en la novela, pero no puedo evitar sentir grima ante, en mi opinión, unos nombres tan mal elegidos. Al final aparece un tercer personaje significativo, Eva, que nos soltará un rollo sobre la organización social en un mundo destruido bastante prescindible, por manido darwinismo. Vamos, el que soltaría un televidente medio con copas de más.

Volviendo a Nerd (que supongo que no será un trasunto del autor) e Ideasfirmes, resultan profundamente antipáticos en su despliegue novelesco. Ni son entrañables ni simpáticos ni inteligentes ni, en definitiva, podemos empatizar con ellos. Por su boca desfilan todos los lugares comunes posibles y no hay un átomo de gracia o sensibilidad en ellos, salvo en alguna rara excepción. Sin embargo, quizá al ser tan odiosos logran algo de corporeidad. No ocurre como en otras novelas que hemos comentado aquí cuyos protagonistas se limitan a ser palabras y un nombre. Aquí, al menos, los diferenciamos: todo un logro.

b) Diálogos. En línea con lo anterior, casi todos los diálogos se mantienen entre estos dos personajes (salvo al final, con Eva). Si digo que he leído diálogos peores, parecería un elogio, pero no lo es. Normalmente, aquí son o pedantes o vergonzosos. A veces, uno no siente nada, lo que, al fin y al cabo, está bastante bien:


-¿Tienes frío? -quise saber desde mi confortable montón de tejidos gruesos.
-No, estoy bien -respondió desde el suyo.
-¿Crees que esto va a parar o, como sospecha aquella mujer, estamos condenados al desamparo y la inanición?
-Ya no sé nada, me he vuelto una jodida sabia socrática -dijo en un tono irónico impregnado de tristeza-. Sinceramente creo que es una pesadilla de la que no vamos a despertar.
-¿Pero una pesadilla tuya, mía, de ambos o de toda la humanidad? -insistí, sólo por molestar.
-Las pesadillas son personales e intransferibles, Nerd, así que supongo que cada cual tendrá la suya.
-Es curioso, ¿tú qué sueñas estos días?
-No sé, casi ni duermo.
-Yo he llegado a soñar con Dios. ¿Te lo puedes creer? Jamás. Lo veo ahí, frente a mí, deshaciendo el mundo del mismo modo en que lo creó, pero le está costando más de siete días.
-Ahora me saldrás con eso de que, ante la dificultad, todos recurrimos a lo divino, rezongó desdeñosa.(...) (Pág. 60)

-¿Qué tal va la mañana? -me preguntó distraída Ideasfirmes, al tiempo que se esforzaba en abrir una lata de fruta en conserva.
-Mejor, ¿qué tal van tus subcomisiones?
-Bueno, ahí están, ¿y lo tuyo?
-Perfecto, creo que pronto tendremos listo el enésimo inventario, una vez desinventariado lo que se haya podrido en las últimas horas -dije, en un tono a caballo entre el tedio y la ironía.-Genial, nosotros seguimos teorizando y discutiendo erre que erre.
-¿Crees que tienen razón los optimistas y hemos tocado fondo?
-No sé, puede que no estemos más que en el ojo del huracán.
-Puede que sí y puede que no, para eso están ustedes, los intes -bromeé.
-¡Hombre, adivinos no somos!
-Ya, eso se trata en otra subsubsubcomisión, ¿no es cierto?
-No te recordaba tan gracioso.
-Di mejor que no me recordabas.
-Eso no puedo decirlo. Venga, comamos algo.(Págs 76-77)

-Estás muy callada, ¿no dices nada?, ¡hey!, ¡filósofa!, ¡fi-ló-so-fa; ¿tu lengua también se ha evanescido?, ¡fi...!
-Vale ya, imbécil -gruñó.
-Al menos has dicho algo.
-No estoy de humor, no dejo de darle vueltas a la cabeza.
-Yo tampoco paro de pensar, ¿pero de qué nos vale?, ¿aún sigues enfrascada en hipótesis y teorías?
-No, pienso en qué momento nos quedaremos sin sustento, sin agua o desnudos, sin mantas, sin hatillos, sin herramientas.
-Igual no pasa.
-¡Por favor, Nerd!
-Oye, que no hay nada escrito.
-¡Escrito, escrito!, podrías decir algo con cierto sentido -vomitó, visiblemente agitada.
-¡Vale, vamos a morir todos! -ironicé.
-Puede parecer una estupidez con la que está cayendo -soltó al fin-, pero no hago más que pensar en la desnudez, en el instante en que nos veamos despojados de nuestro atuendo.
-No sé, estoy obsesionada con eso, estar desnuda frente al mundo sería como estar indefensa ante él, sería perder lo poco que nos queda de dignidad, de intimidad, la más infame de las penitencias. Si llega el momento, agregó, volviendo su rostro hacia mí unos segundos, cúbreme con lo que sea, de lo contrario creo que perderé la poca cordura que aún pueda conservar.
-Dalo por hecho, prometí, resuelto. 
(...) (Pág. 101) 

No es solo la banalidad del contenido, es también esos verbos dicendi y de acompañamiento tras cada línea de diálogo: esos "ironicé", "vomitó", "bromeé", "preguntó, distraída", "rezongó, desdeñosa", etc., como si el autor intuyera que el diálogo por sí solo fuera insuficiente y considerara conveniente asegurarse de que no nos extraviáramos. Resulta irritante. Como si nos animaran a caminar a base de empellones.

c) Enumeraciones y listas.

Recuerdo haber sufrido algo similar con El canto de la raposa, pero Manuel M. Almeida lleva la manía de la enumeración hasta límites insospechados, confundiendo, quizá, florido vocabulario con verborrea exasperante, colmando, y de qué manera, la paciencia del lector:


¿Un robo? ¿Quién demonios iba a exponerse a una condena por hurto y allanamiento de morada para llevarse un Zippo o un cochambroso repertorio de fruslerías? Menuda bobada. Si lo tuviesen que condenar por algo, debería ser por idiota. Y si así fuera, ¿por qué no había rastro, camas deshechas, armarios revueltos, cajones trastocados? ¿cómo es que la cámara no lo detectaba? ¿Un profesional? ¿Animales? ¿Ratones, hormigas, cuervos, ardillas? (...) (Pág. 11)


No eran pocos los gabinetes de crisis que se habían puesto en marcha, integrado generalmente por mandos policiales y militares, especialistas en lucha antiterrorista, expertos en robos, psicólogos, sociólogos, científicos de diversas disciplinas -con destacada presencia de físicos teóricos, cuánticos, moleculares, de partículas, nucleares, cosmólogos, astrónomos- y responsables de la Administración. (Pág. 19)


A la espera de una declaración oficial que acabase con la incertidumbre y la anarquía, en los medios e Internet se continuaban manejando interpretaciones de lo más dispares. Científicos, filósofos, detectives, políticos, religiosos, líderes de esta o aquella secta, frikis, fabuladores, visionarios, videntes, gurús se enfrentaban a las cámaras o escribían en perfiladores sociales y blogs sus impresiones acerca de las causas y consecuencias de los desvanecimientos. La idea más extendida desde hacía días era la de que el Gobierno / los gobiernos / la ONU / la OTAN / la UE / la gran coalición judeomasónica / el Nuevo Orden Mundial nos ocultaba algo, pero en aquel momento no me apetecía perderme en especulaciones conspirativas. (...) (Págs. 20-21)

En el resto de páginas, las discusiones no eran menos ni menores, girando en torno a expresiones y términos como strangelet, frecuencia extremadamente baja, el caos, teorema de Bell, principio de incertidumbre, segunda ley de la termodinámica, antimateria, materia oscura, agujeros negros, teletransportación, falso vacío, Big Crunch, Big Bounce, Big Rip, metaestabilidad en el vacío, barrera del tiempo, efecto Dopler, discontinuo espacio-tiempo, Gran Colisionador de Hadrones, nanotecnología, biotecnología, relatividad general, mecánica cuántica, partículas, espines, átomos, protones, electrones, neutrones, bosones, mesones, hadrones, gluones, quarks, antiquarks, teoría de cuerdas, principio holográfico o realidad simulada. (Pág. 24)

Sin armamento, los soldados y oficiales quedaron reducidos a una suerte de boy scouts a merced de la turba. La batalla fue a puño desnudo, a diente, cuchillo y piedra, a bisturí, bate, palo, martillo, pico, pala, vidrio y sierra. (...) Un conato allí, una acometida allá, un encuentro abierto, una acción subrepticia. Policías contra bandas, vecinos contra comerciantes, cuadrillas contra predicadores, militares contra activistas, bandas contra vecinos, comerciantes contra cuadrillas, predicadores contra militares, activistas y vecinos contra policías, policías y militares contra comerciantes, bandas y cuadrillas contra activistas, predicadores contra predicadores. Y así un tótum revolútum de dantescas proporciones. (Pág. 29)

Y sólo estamos en la página 29. Imagínense que lo que queda: al menos 18 listas más (sí, las he contado), algunas de las cuales son aún más delirantes y extenuantes. Entiendo que la literatura no tiene que ser siempre fácil, que cualquier mecanismo narrativo o metanarrativo o deconstructivo o posmoderno es posible. Sin embargo, albergo la intuición de que el autor, quizá sin ser del todo consciente, suple con verborrea enumerativa lo que es su carencia a la hora de dotar a la novela de una estructura narrativa más sólida y más compleja. A él sólo se le ocurre, y no digo que esté mal, una estructura lineal en la que una voz, la de Nerd, nos relata lo que ocurre, y punto.

En mi opinión, en definitiva, una novela fallida, que parte coja por una idea endeble: podemos aceptar la inserción de elementos o sucesos fantásticos en un mundo, digamos, normal. Pero ese elemento fantástico debe estar dotado de cierta coherencia, de una adecuada interacción con lo real. Si no, asistimos a que la trama se desarrolle porque sí, y sin verosimilitud no hay novela distópica, sci-fi o rosa que se sostenga. Además, como hemos señalado, el personaje-narrador no es especialmente interesante y sí muy pesado, pesadísimo. Ideasfirmes no es que lo mejore, tampoco. Los diálogos entre ellos son, a veces, elucubraciones de barra de bar, pero con tintes pretenciosos, lo que los hace aún más detestables. Hay que señalar, por último, que la historia cobra algo más de interés en los últimos capítulos, pero no sé si es por las ganas que tenemos de que por fin acabe o porque el autor se ha esforzado un poco por cortar la maleza pseudoliteraria que nos pinchaba y envenenaba a cada paso. 

Digo lo de siempre: editoriales hay; editores/as, no; y esto es lo que ocurre.

Qué más les puedo decir. 



P.D. En esa línea reseñadora tan autóctona, aquí tenemos una amplia nota de lectura ("(...) desde el punto de vista literario, desde la creatividad, es magistral") y otra, aquí ("La novela de Manuel Almeida está escrita con un dominio de la técnica narrativa ciertamente admirable" o "La novela de Almeida no te deja tregua, se lee de un tirón y se asimila durante mucho tiempo"). Ya saben, lean la novela y comparen las reseñas. Si quieren, me lo cuentan.

P.D. (2) El 10 de diciembre he encontrado esta reseña.

P.D. (3) El 13 de diciembre, el autor, alborozado, publica en la revista que dirige otra reseña. ¡Viva!











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