miércoles, 16 de agosto de 2017

'De ganados y hombres', de Ana Paula Maia

A veces parece que hay que recurrir a la literatura extranjera para leer algo con sentido y calidad, con una historia coherente y con personajes (no hace falta que sean muchos) creíbles, y con los que (historia y personajes) podamos saber más de nosotros mismos, darnos cuenta de cómo percibimos el mundo real, de lo (in)fundado de nuestros valores y de la justeza o no de nuestros sentimientos. Que haríamos, cómo de desamparados/as nos quedaríamos, sin las/os traductoras/os. 

Para eso, cualquier estilo, cualquier género puede ser adecuado, desde la novela rusa del siglo XIX, a la existencialista, o la feminista, la negra o la sci-fi. Ahora bien, en cada una de esas manifestaciones, en cada uno de esos juegos y experimentos tiene que haber detrás trabajo, voluntad de estilo, posesión y manejo de vocabulario, capacidad de manejar la lógica (aunque sea para vulnerarla conscientemente) y de crear personajes verosímiles. En definitiva, talento para urdir historias y ese algo más. En contra de lo que afirma Murakami, no me parece que cualquiera pueda escribir una novela con un mínimo de calidad. A lo que se publica generalmente en Canarias y en España me remito. 

Lo que no es admisible, además, es que aceptemos cualquier chorrada porque, siempre a modo de justificación, pretenda o proclame transgredir unos supuestos cánones que quizá solo existan en la mente del autor o autora. Ejemplos de ello, unos cuantos. Como la mitad de las obras reseñadas en este blog, por ejemplo. Nada hay como caleidoscopios de baratillo, metaliteraturas a dos por una o referencias literario-musicales de escritor acomplejado para justificar cualquier desaguisado con ínfulas. 

A este respecto, agosto también nos ha vuelto a desagradar con dos reseñas cuya adjetivación como delirantes es quedarse corto (aquí y aquí). A ambas ¿novelas? les he prestado la debida consideración en este blog hace algún tiempo, pero, ya se sabe, los hechos de la Historia aparecen por segunda vez como farsa, como caricatura.

Todo muy triste y vergonzoso.

En fin, hoy dedicamos la reseña de la pretemporada 2017-18 a 'De ganados y hombres':





Es una historia sencilla: lineal, sin analepsis de remendón ni piezas que se ensamblan al final para oh, sorpresa, etc. Por otro lado, todos los personajes trabajan en un matadero y se nos van presentando uno tras otro: Edgar Wilson, Milo, Zeca, Erasmo Wagner, Burunga, Helmuth, Emeterio, Vladimir, Santiago, Bronco Gil... Su existencia gira en torno a la muerte: el sacrificio diario de decenas de reses (excepto los domingos), y cuando no son vacas, son ovejas. En particular, la novela se centra en el aturdidor, Edgard Wilson, que es el encargado de propinar el golpe ejecutor a las vacas. No obstante su pericia, Wilson siente una profunda empatía por los animales que sacrifica. En cierto momento, reconoce, sin ambages, que es un asesino. Como dice otro personaje: 


Alguien tiene que hacer el trabajo sucio. El trabajo sucio de los demás. Nadie quiere hacerlo, eso es lo que pasa. Por eso Dios trae al mundo a gente como usted o como yo.

Absténganse, sin embargo, los que busquen moralinas fáciles, aunque la autora está en un pasaje a punto de caer en él (la excursión escolar). Quizá esta novela ahuyente a los carnívoros irredentos y haga que algunos/as pasen a engrosar las filas de la vegetarianidad, pero creo que su valor reside en que va más allá de la ética animal más o menos académica o de la mera simpatía por los seres sintientes y lleva a cabo un estudio perturbador de la brutalidad de nuestra especie, de su inmensa, sistemática e institucionalizada capacidad de aniquilar la vida, tanto la animal como la humana, si es que nos empeñamos en trazar esa línea. Al mismo tiempo, no obstante, junto a esa eficiente cadena de crianza y matanza del ganado y de satisfacción del consumidor de supermercado, existe otra cadena, la de la pobreza y la miseria, que hace a muchos merodear por el matadero en busca de restos de vaca desechados o de sus cadáveres. 

"Los hombres del ganado", como así se reconocen los personajes de la novela, son como nosotros, pero sin posibilidad ni interés en mantener la venda en los ojos. Nosotros vemos una bandeja de plástico llena de filetes bien cortados en los que el animal no es más que un vago recuerdo de un documental. Los hombres del ganado arrean, alimentan y matan a esos animales. A diario. Un aturdidor como Edgar Wilson mira a los ojos a cada res antes del golpe mortal, buscando en vano una respuesta o una explicación. El asesinato y la moralidad son conceptos difíciles de mezclar, tanto en las personas como en los animales. 


Edgar Wilson conduce y sigue con el pensamiento fijo en la oscuridad de los ojos de los rumiantes, esforzándose por descifrar algún leve signo que logre revelarlos. Pero todo el esfuerzo puesto por su imaginación resulta incapaz de arrojar nada de luz en la oscuridad: ni en aquella que los insondables ojos bovinos proyectan, ni en la penumbra que lo acompaña a él mismo y recubre su propia maldad.


(...) Edgar Wilson sabe cuál es su lugar y conoce sus obligaciones. Nunca nadie lo ha cuestionado por cómo realiza su tarea. Lidia con hombres del ganado y mujeres de la vida todo el tiempo. Está habituado al calor, al polvo, a las moscas, a la sangre y a la muerte. De eso se trata lo que se hace en un matadero: de matar. Jamás se le ocurrió ir al otro lado de la ciudad a cuestionar el modo en que se cocinan los churrascos que él nunca va a comer. No piensa en eso. No le importa quién se vaya a comer la última vaca que ha golpeado; le importa, sí, encomendar el alma de cada rumiante que se cruza en su camino. Cree que esos animales también tienen un alma y que él deberá dar cuenta de cada una de ellas cuando muera. «De cada quinientas, un alma»


Es entonces cuando surge la singularidad. Una singularidad animal. De repente, ese mundo cotidiano de muerte y eficiencia, de eficiente abastecimiento de carne, sufre una sacudida. Como si de repente todo se desencajase, como si ese solapamiento existencial entre los seres humanos y los animales adquiriera una nueva dimensión. Ahí radica la originalidad de la novela, que si ya impresionaba, de repente sube un escalón y nos conduce a la sorpresa problematizadora, a la reflexión.

Los personajes están bien descritos y perfilados, con un estilo sin florituras, pero no exento de un lirismo salvaje adecuado a la trama, en un terreno en el que habría sido sencillo caer en la pretenciosidad moral o en la truculencia peliculera. Los diálogos están bien ajustados, bien trabajados, sin excesos, pero con suficiente información para que hacernos una buena idea de ese mundo de polvo y sangre. Cada personaje tiene voz y hechuras propias. Sólo percibo una contradicción en un personaje, Bronco Gil, que en absoluto se comporta como se nos da a entender en un principio. En cuanto a la trama, se despliega de modo tal que no parece concebible imaginarla de otro modo, lo que quizá es lo mejor que se pueda decir en Literatura. 


¿Qué más puedo decir de esta novela sin salir de mi sobriedad característica? Pues que la recomiendo.



P. D. 

(1) El traductor es Cristian De Nápoli. Aparte de la autora, este señor debe de tener algo de mérito en la lectura en español. Sin embargo, hay un terrible error en la página 113, casi en el peor momento. ¿Culpa del traductor? ¿Culpa del corrector? ¿Acaso no hay corrector? ¿Es la figura del corrector innecesaria? En fin, tema de tertulia. 

(2) Una reseña anterior, más breve y, seguramente, mejor escrita, la pueden encontrar aquí









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