miércoles, 8 de marzo de 2017

'La última homilía de Zacarías Martín', de Enrique Redondo Miranda

El cura Zacarías no es precisamente el Padre Brown, ni Enrique Redondo es G.K. Chesterton. Podría aducirse que esta novela no es una de detectives ni pertenece al género negro, lo que también sería justo. Hay un crimen, sí, pero no hay ningún misterio en cuanto a la autoría, no hay problema detectivesco que resolver. Se nos describe, asimismo, un trasfondo social de cacicazgo y control social, pero sin que el autor lo describa como sórdido, adjetivo que siempre viene bien cuando se habla de novela negra. Eso sí, hablando en esa jerga literario-comercial podríamos hablar de perdedores, cuyo exponente, en este caso, serían los protagonistas: el cura Zacarías y Virgilio.

Si quisiéramos hacer una reseña corta y amable, haríamos como tantos reseñadores que no quieren quedar mal. Nos limitaríamos a resumir el argumento: un cura peninsular llega a Tejeda, traba amistad con un cartero jubilado sobre los cimientos de su compartida afición al ajedrez, más tarde el amigo muere y el cura investiga, por decirlo así, las circunstancias de dicha muerte. Felicitaríamos al autor por el uso del habla canaria, por situar su acción en un pueblo tan bonito e idiosincrático como Tejeda y pelillos a la mar. Todos contentos, ¿no?

Pues no.





Parto de la base de que una obra destinada a un público que va más allá del círculo familiar y amical, y que además no es gratuita, debería tener pretensiones artísticas: mostrar aspiración, quizá exagero, a la inmortalidad literaria, con la consiguiente voluntad de estilo, dominio del lenguaje, creatividad, etc. No concibo que alguien se dedique a escribir una novela con modestia, como, si eso fuera posible, esperando que le pudiéramos perdonar sus errores. ¿Qué es el arte, qué es la novela, sin aquella ambición?

En primer lugar, uno no puede escribir como si le hubieran encargado un folleto turístico o un artículo para el Ronda Iberia, salvo que quiera que el alcalde le invite a comer:


Los hechos se iniciaron el 21 de diciembre del año 2012, fecha en la que habitualmente el pueblo se encuentra envuelto en un manto húmedo de niebla que lo convierte en un microclima sumergido en el centro de una isla de clima tropical. Tejeda es el lugar donde acontecen los mismos. Un pueblo que se encuentra a mil metros de altura, en la isla de Gran Canaria, y mil metros más abajo, en cualquier dirección, encontramos costa con un clima tan agradable como para que la temporada de mayor ocupación turística se produzca en los meses de invierno.



El clima en esta estación es muy frío durante el día, con una humedad que se incrusta en los huesos, y que resulta imposible despegar hasta que la primavera deja ver sus primeros colores. Por el día, el sol de invierno en esta zona de la isla no quema, solo acaricia. Las noches por el contrario, a pesar de ser bellas estampas cargadas de bruma, del olor que desprende la tierra húmeda, de aroma a castañas asadas, chimeneas y soledad, resultan tan frías que se desaconseja permanecer a la intemperie más tiempo que el necesario para trasladarse de un lugar a otro.



Gran parte de las partidas presupuestarias del consistorio van destinadas a estas fiestas que sitúan a Tejeda en el mapa durante unas semanas. Las calles y casas del pueblo se engalanan, la atmósfera festiva contagia a oriundos y visitantes, los agricultores organizan puestos de ventas, se instalan ventorrillos para degustar platos de la zona y vino del país, puestos de artesanía y dulces típicos... En definitiva, todo el pueblo termina poniendo su granito de arena para conseguir una celebración única. Entrega de premios a personalidades que apuestan por la región, certámenes de dibujo y poesía, carreras de montaña, exhibiciones de lucha canaria o salto del pastor, entre otros eventos, no dejan espacio al aburrimiento.


Por otro lado, y siguiendo con el uso del lenguaje, el autor no atina con el empleo de palabras pertenecientes a campos semánticos específicos. Por ejemplo, el ajedrez. Suponemos que el autor conoce el juego porque la novela está dividida en secciones tipo "Apertura", "Medio juego" o "Enroque" y que algún momento no puede evitar el igualar la vida con el ajedrez y todo eso. En relación con esto, "trebejos" es una palabra de uso exclusivamente escrito. No digo yo que alguien no la pueda usar en un contexto oral con animo pedante o cómico,  pero como jugador de ajedrez que he sido, jamás he oído esa palabra en vivo. Se utiliza como sinónimo de "pieza", y poco más, en los textos. Lo que nunca oirán ni leerán es el empleo de "ficha" (pág. 93): se interpreta como un insulto, como si igualáramos el ajedrez con, por ejemplo, el parchís o el dominó (con todos los respetos a los jugadores de esos juegos, entre los que también me encuentro). Un poco más de investigación no habría venido mal.

Asimismo, Zacarías, el cura, está muy disgustado porque no ha habido "veredicto" sobre la muerte de su amigo Virgilio. Sin embargo, a poco que uno indague en el campo semántico jurídico, el veredicto es la declaración que emite un jurado sobre la culpabilidad o inocencia del acusado. Es decir, que ha habido un juicio. Si se archiva un procedimiento, huelga decir que no hay juicio, luego tampoco hay veredicto de un jurado que nunca se ha constituido. En cambio, en la novela la Policía Local cuelga un anuncio que reza: "Se hace saber que, bajo secreto de sumario, los hechos acontecidos en relación al fallecimiento de don Virgilio Quintana Santana quedan archivados por falta de pruebas que faciliten el dictamen de un veredicto con la suficiente veracidad como para proclamar justicia". Que den un paso adelante los lectores juristas.

Además, y siguiendo con este plano formal, hay erratas y errores gramaticales aquí y allá que nos informan de que el supuesto corrector (si es que ha existido) ha sido bastante negligente en su tarea. Comentemos, además, que en algunos capítulos el autor decide que la conversación se reproduzca a base de comillas para cada interlocutor ("") y acaba utilizando guiones (-). Algo peor aún es que en el capítulo IX (pág. 53) el autor salta del tiempo pasado al presente, sin otra justificación, aparentemente, que el despiste propio de quien ya anda pensando en cosas mejores en que emplear su tiempo. Añado que los saltos temporales inducen a la confusión, aunque como lector no me importa (demasiado) pasar páginas hacia atrás y hacia adelante cuando sea menester. Al menos, salvo en alguna breve ocasión, el autor no se pone demasiado filosófico, lo que es de agradecer.

En cuanto a la historia en sí, imaginando que hay tal cosa independiente del lenguaje empleado, puedo afirmar que, al menos los personajes principales, Zacarías y Virgilio, tienen cierta consistencia, distinguibles en su individualidad. No obstante, a la historia le falta desarrollo, como si el autor tuviera prisa por acabar o, sencillamente, porque no se le ocurría nada más. La trama va a saltos, sin demasiada lógica: el cura se indigna e investiga, pero no investiga demasiado. Luego, una revelación inesperada que explica comportamientos pasados de su amigo Virgilio, y tal. Este, cuyo nombre imagino no está escogido al azar, nos habla, en cierto momento, desde el limbo. Una voz de ultratumba, quizá del Purgatorio, que nos incita a pensar en Tejeda como uno de los círculos del Infierno. Ojalá la trama hubiera dado para tanto. Por último, no puedo resistirme a señalar que el cacicazgo hermético imperante en el pueblo no se ve desafiado en serio, y que el desenlace de la novela inspira más bien cierta resignación ante las jerarquías sociales. Quizá sea para remover conciencias, quizá no sea más que claudicación política.

En fin, qué quieren que les diga. No sólo los escritores populares como Ravelo o González Déniz escriben novelas flojas (o muy flojas), también los más desconocidos muestran esta lamentable capacidad. En este sentido, puedo entender su fraternidad. Sin embargo, no deberían solazarse en la mediocridad y en la negligencia si es que de verdad respetan a los lectores.



P. D. Después de escribir esta reseña he hecho una pequeña investigación (esta de verdad, no como la del cura Zacarías) y he encontrado que la obra tiene su propia página facebook, en cuyo interior vemos aquí al autor, entrevistado (una entrevista amable, por supuesto, viva el buen rollo) en la Televisión Canaria, nada menos. Y aquí en un periódico local. Que no se diga.






                  




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